miércoles, 29 de marzo de 2006
La larga evolución de la sanguijuela.
El estudio de los gusanos que se alimentan de sangre indica una compleja adaptación.
CARL ZIMMER (NYT) - Nueva York
EL PAÍS - 29-03-2006
El tarro lleno de sanguijuelas se halla sobre una mesa del despacho de Mark Siddall en el American Museum of Natural History. Las sanguijuelas, cada una de 2,5 centímetros de longitud y cubiertas de lunares naranjas, nadan lentamente en el agua. Una sanguijuela en particular llama la atención de Siddall. De repente, ha empezado a ondularse arriba y abajo describiendo elegantes curvas y haciendo que resbale el agua por su cuerpo para que su piel pueda captar más oxígeno. "Es hermosa, mírela", dice Siddall. "Es una conducta muy compleja. Además de éste, los únicos animales que nadan según un patrón vertical y ondulante son las ballenas y las focas".
Para Siddall, las sanguijuelas son un motivo de orgullo, obsesión y fascinación. Las paredes están cubiertas de carteles y fotografías de sanguijuelas. Su laboratorio está plagado de tarros llenos de sanguijuelas que ha recogido en algunos de los lugares más peligrosos del mundo. Considera que los riesgos valen la pena, ya que ahora puede reconstruir la historia evolutiva de estos animales: cómo hace cientos de millones de años, un gusano corriente dio lugar a las sofisticadas sanguijuelas que se extendieron por todo el planeta.
El suyo no fue un caso de amor a primera vista. Cuando era un niño criado en Canadá, a Siddall le repugnaban las sanguijuelas que le atacaban cuando iba a nadar a las charcas del bosque. Empezó a sentir curiosidad por su biología cuando era estudiante de la Universidad de Toronto, donde comenzó a interesarse por cómo las sanguijuelas propagan parásitos entre ranas y peces. Nadie sabía si los parásitos que portaban las sanguijuelas podían saltar de una especie a otra o si sus elecciones estaban limitadas. El saberlo exigía conocer cómo se relacionan unas sanguijuelas con otras, algo que, según descubrió Siddall, era una incógnita sin resolver.
A finales de los años noventa, los científicos estaban desarrollando métodos que podían arrojar luz sobre la evolución de las sanguijuelas, como las secuencias de ADN animal y los programas informáticos que podían utilizar dichas secuencias para reconstruir árboles evolutivos. Cuando Siddall se incorporó al museo en 1999, la evolución de las sanguijuelas se había convertido en su principal obsesión. Sólo que había una pega: para trazar el árbol completo, Siddall debía de obtener especies de todas sus ramas principales. Ello exigía una serie de expediciones a lugares como Suráfrica, Madagascar, Guayana francesa, Bolivia, Chile y Argentina.
"A las sanguijuelas no se les pueden poner trampas", señala Siddall. "El cebo siempre somos nosotros. Puedes dar la vuelta a rocas o ramas pero, al final, las cosas interesantes se dirigirán hacia ti". El convertirse en cebo está teniendo su recompensa. La investigación de Siddall ha demostrado que los antepasados de las sanguijuelas probablemente fueran gusanos de agua dulce que se alimentaban inofensivamente de peces o crustáceos en la superficie, como hacen los parientes vivos más cercanos de las sanguijuelas. El ADN de estos gusanos no sólo es más parecido al de la sanguijuela que el de cualquier otro animal, sino que desarrollan la misma ventosa en la base de la cola que utilizan las sanguijuelas para arrastrarse.
El árbol evolutivo de las sanguijuelas indica que los vertebrados terrestres más antiguos podrían haber sido sus primeros huéspedes. Siddall ha identificado varias innovaciones importantes que desarrollaron las primeras sanguijuelas mientras se convertían en hemófagos. Adquirieron una ventosa con la que podían penetrar en sus huéspedes para beber sangre. Más tarde, algunas sanguijuelas desarrollaron un grupo de tres mandíbulas para raspar la piel. También necesitaban componentes químicos que pudieran mantener clara la sangre de modo que no se les coagulara en el cuerpo. Las sanguijuelas han desarrollado muchas moléculas distintas para esa labor que afectan a diferentes fases de la coagulación, junto con otras moléculas que impiden la inflamación. Las empresas farmacéuticas han aislado algunas de esas moléculas y las venden como anticoagulantes.
La sangre es una buena fuente de energía, pero no constituye una dieta equilibrada. Los mosquitos y otros hemófagos han desarrollado una simbiosis con bacterias que pueden fabricar vitaminas y aminoácidos necesarios para la vida. Las sanguijuelas parecen haber establecido sus propias asociaciones, e incluso crean cámaras especiales en la garganta donde pueden habitar las bacterias. Es especialmente difícil estudiar estas últimas, ya que los científicos deben encontrar sanguijuelas con grandes órganos de alojamiento de bacterias para diseccionarlas. Resulta que algunas de las más grandes se encuentran en una especie que vive en el extremo posterior del hipopótamo. Aunque él no tuvo suerte en recolectar ninguna directamente cuando viajó a Suráfrica y se acercó a los hipopótamos, un guardabosque recordó que uno de estos animales había sido abatido tras entrar en unos jardines y le envió una sanguijuela del trasero del hipopótamo. "Resultó que contenía un linaje de bacterias completamente único", explica Siddall.
Después de que las sanguijuelas originales perfeccionaran el equipamiento básico para alimentarse de sangre, se trasladaron a nuevos hábitats. La investigación de Siddall indica que primero evolucionaron en agua dulce y luego pasaron al océano y a terrenos secos. Las sanguijuelas terrestres se volvieron especialmente adeptas a tender emboscadas a los huéspedes, utilizando sus agudos sentidos para detectar el dióxido de carbono y el calor. Tienen 10 ocelos en la cabeza que pueden utilizar para detectar objetos en movimiento. "Poseen una visión increíble", señala Siddall. "Si pasas la mano por su campo de visión, siguen el movimiento".
Durante los últimos años, Siddall ha estado realizando un cuidadoso estudio sobre las sanguijuelas medicinales de Norteamérica, averiguando qué genes revelan mejor las variaciones entre distintas poblaciones de sanguijuelas. Resulta que, en realidad, algunos grupos podrían representar especies totalmente nuevas. "Creemos haber hallado una nueva especie en el Harriman State Park de Nueva York", señala. Pero la mayor sorpresa llegó cuando Siddall aplicó las nuevas técnicas al ejemplar más conocido de todos, la sanguijuela medicinal europea o Hirudo medicinalis.
En la antigua Roma, los médicos utilizaban esa especie para sangrar a los pacientes y tratar afecciones como los dolores de cabeza y la obesidad. La tradición prosiguió durante 2.000 años. En la década de 1860, los hospitales londinenses utilizaban cada año millones de sanguijuelas medicinales. Aunque los médicos ya no sangran a sus pacientes, la Hirudo medicinalis ha gozado de un renacimiento. Los cirujanos que reimplantan dedos y orejas han observado que los pacientes se curan más rápidamente con la ayuda de estos animales. Al chupar la sangre e inyectar anticoagulantes, las sanguijuelas aumentan el riego a través de los vasos sanguíneos que se han vuelto a conectar.
En 2004, el organismo estadounidense que autoriza los alimentos y medicamentos (FDA, siglas en inglés), aprobó la Hirudo medicinalis como recurso médico, y varias empresas están haciendo un gran negocio importándolas a Estados Unidos desde Europa. Trabajando con Peter Trontelj en la Universidad de Liubliana, Eslovenia, Siddall empezó a recoger sanguijuelas de toda Europa y a encargarlas a empresas de suministro. Cuando analizaron el ADN de la sanguijuela, se llevaron una gran sorpresa. "La sanguijuela medicinal europea no es una especie única en absoluto", señala Siddall. "Son como mínimo tres".
Siddall y Trontelj intentan determinar las variedades de las tres especies y sus diferencias. Espera que su descubrimiento provoque cambios en las normativas de la FDA. Y lo que es más importante, espera generar atención para la difícil situación de las sanguijuelas europeas. La excesiva captura y la destrucción de hábitats han reducido drásticamente sus cifras. "La situación de la auténtica sanguijuela medicinal europea podría ser mucho más funesta de lo que pensábamos", afirma Siddall.
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